miércoles, 16 de diciembre de 2009

Dolor de muelas

No sé si alguna vez habeis tenido un dolor de muelas, para mi es uno de los peores dolores que hay. Estos días he sido victima de uno de esos terribles dolores y como estoy embarazada pues sólo puedo tomar paracetamol y vamos que es como no tomar "na de na", aprovecho que me acabo de tomar uno para escribir ya que tengo una hora de tregua al dolor. Esta mañana mi hija ha venido a darme un beso en el moflete: "Mami para que te cures y si no mañana te curo, vale?". De verdad que por un ratito se me ha pasado el dolor...Ahí va el segundo capítulo!

2. La fiesta

Pasaron muchos días, pasaron muchas semanas hasta que llegó la Navidad.

Y en el día de Navidad, Pilarita se puso su vestido de terciopelo azul, sus zapatos negros y muy bien peinada a las siete y media salió del cuarto y bajó la escalera.

Cuando llegó al piso de abajo oyó voces en el salón grande, eran las personas mayores las que estaban allí dentro.

Pero Pilarita sabía que habían cerrado la puerta para que ella no entrase. Por eso fue al comedor a ver si allí ya estaban las copas.

Las copas se pasaban toda la vida encerradas dentro de un gran armario de madera oscura que estaba en la mitad del pasillo. Ese armario tenía dos puertas que nunca se abrían completamente y una gran llave. Allí dentro había sombras y brillos. Era como el interior de una taberna llena de maravillas y secretos. Había muchas cosas, cosas que no eran necesarias para la vida de todos los días, cosas brillantes y un poco encantadas: porcelanas, frascos, cajas, cristales y pájaros de cristal. Hasta había un plato con tres manzanas de cera y una niña de plata que era una campanita. Y también un gran huevo de Pascua hecho de porcelana roja con flores doradas.

Pilarita nunca había visto bien hasta el fondo del armario. No tenía permiso para abrirlo. Sólo conseguía que la criada a vces le dejase mirar entre las dos puertas.

En los días de fiesta, del fondo de las sombras del interior del armario salían las copas. Salían claras, transparentes y brillantes, , tintineando en la bandeja. Y para Pilarita ese ruido de cristal tintineando era la música de las fiestas.

Pilarita dió una vuelta alrededor de la mesa. Las copas ya estaban allí, tan frías y luminosas que más parecían venidas del interior de uan fuente de montaña que del fondo del armario.

Las velas estaban encendidas y su luz atravesaba los cristales. Encima de la mesa había cosas maravillosas y extraordinarias: bolas de cristal, piñas doradas y aquella planta que tiene hojas con picos y bolitas rojas. Era una fiesta. Era Navidad.

Entonces Pilarita fue al jardín. Porque ella sabía que en las noches de Navidad las estrellas son diferentes.

Abrió la puerta y bajó una escalera con varandilla. Hacía mucho frio, pero hasta el mismo frio brillaba. Las hojas de los árboles ya se habían caído. Las ramas de los árboles se dibujaban en el aire como encajes negros. Sólo el cedro tenía sus ramas cubiertas.

Y muy alto, por encima de los árboles, estaba la oscuridad enorme y redonda del cielo. Y en esa oscuridad las estrellas chispeaban, más claras que todo lo demás. Aquí abajo había fiesta y por eso había muchas cosas brillantes: velas encendidas, bolas de vidrio, copas de cristal. Pero en el cielo había una fiesta más grande, con millones y millones de estrellas.

Pilarita se quedó un rato con la cabeza levantada. No pensaba en nada. Miraba a la inmensa felicidad de la noche en lo alto del cielo oscuro y luminoso, sin ninguna sombra.

Después volvió a casa y cerró la puerta.

- ¿Queda mucho tiempo para la cena?- preguntó ella a una criada que iba a cruzar el pasillo.

- Todavía falta un poco, niña- dijo la criada.

Entonces Pilarita fue a la cocina para ver a la cocinera Gertrudis, que era una persona extraordinaria porque tocaba en las cosas calientes sin quemarse y en los cuchillos más afilados sin cortarse y mandaba en todo y sabía todo. Pilarita pensaba que era la persona más importante que ella conocía.

Gertrudis había abierto el horno y estaba asomada sobre los dos pavos de Navidad. Les daba vueltas y los adobaba con la salsa. La piel de los pavos, muy estirada sobre el pecho relleno, ya estaba dorada.

- Gertrudis, escucha una cosa- dijo Pilarita.

Gertrudis levantó la cabeza y parecía tan asada como los pavos.

- ¿Qué pasa?- preguntó ella.

- ¿Qué regalos crees que voy a tener?

- No sé- dijo Gertrudis- no puedo adivinar.

Pero Pilarita tenía toda su confianza en la sabiduria de Gertrudis y por eso continuó a hacer preguntas.

- ¿Y piensas que mi amigo va a tener muchos regalos?.

- ¿Qué amigo?

- Manuel.

- Manuel no; no va a tener ningún regalo.

- ¿No va a tener ningún regalo?.

- No- dijo Gertrudis meneando la cabeza.

- ¿Pero por qué, Gertrudis?.

- Porque es pobre. Los pobres no tiene regalos.

- Eso no puede ser Gertrudis.

- Pues es así, así mismo- dijo Gertrudis cerrando la puerta del horno.

Pilarita se quedó parada en medio de la cocina. Había entendido que era así, así mismo.

Porque ella sabía que Gertrudis conocía el mundo. Todas las mañanas le oía discutir con el carnicero, con la pescadera y con la frutera. Ya ndie le podía engañar.

Porque ella era cocinera desde hacía treinta años. Y hacía treinta años que ella se levantaba a las siete de la mañana y trabajaba hasta las once de la noche. Y sabía todo lo que pasaba en el vecindario y todo lo que pasaba en casa de todas las personas. Y sabía todas las noticias y todas las historias de las personas.Conocía todas las recetas de cocina, sabía hacer todos los pasteles y conocías todas las especias de carnes, de pescados, de fruta y verduras. Nunca se equivocaba. Conocía bien el mundo, las cosas y los hombres.

Pero lo que Gertrudia había dicho era extraño como una mentira. Pilarita se quedó callada cavilando en mitad de la cocina.

De repente se abrió la puerta y apareció una criada que dijo:

- Ya llegaron los primos.

Entonces Pilarita fue a ver a sus primos. Después aparecieron los mayores y fueron todos a sentarse a la mesa.

Había empezado la fiesta de Navidad.

Había en el aire un olor a canela y pino. Encima de la mesa todo brillaba: las velas, los cuchillos, las copas, las bolas de cristal, las piñas doradas. Las personas reían y se decían unas a otras: ¡Felis Navidad!. Las copas tintineaban con un ruido de alegría y fiesta. Y viendo todo estoPilarita pensaba:

-Seguro que Gertrudis se equivocó. La Navidad es un afiesta para todo el mundo. Mañana Manuel me va a contar todo. Seguro que él también tiene regalos.

Y consolada con esta esperanza Pilarita volvió a quedarse casi tan contenta como antes.

La cena de Navidad era igual a la de todos los años. Primero el consomé, después el bacalao asado, despues el pavo, después el pudin de huevo, después las torrijas, después las piñas. Al final de la cena se levantaron todos, se abrió de par en par la puerta y entraron en la sala.

Las luces electricas estaban apagadas. Sólo ardían las velas del pino.

Pilarita tenía nueve años y ya había visto nueves veces el árbol de Navidad. Pero era siempre como si fuese la primera vez.

Del árbol nacía un brillar maravilloso que se posaba sobre todas las cosas. Era como si el brillo de una estrella se hubiese acercado a la Tierra. Era la Navidad. Y por eso el árbol se cubría de luces y sus ramos se cargaban de extraordinarios frutos en memoria de la alegría que, en una noche hace muchísimo tiempo, se había extendido por toda la Tierra.

Y en el belén las figuras de barro, el Niño, la Virgen, San José, la mula y el buey, parecían llevar una dulce conversación que jamás había sido interrumpida. Era una conversación que se veía pero no se oía.

Y Pilarita miraba, miraba, miraba.

A veces se acordaba de su amigo Manuel. Uno de sus primos le tiró del brazo.

- Pilarita, ahí están tus regalos.

Pilarita abrió uno por uno sus regalos; la muñeca, la pelota, los libros llenos de colores y dibujos, la caja de lápices. A su alrededor todo reían y hablabam.

Todos se eenseñaban unos a otros sus regalos, hablando al mismo tiempo.

Y Pilarita pensaba:

- Tal vez Manuel haya tenido un coche.

Y la fiesta de Navidad continuaba.

Los mayores se sentaron en los sofás para charlar y los niños se sentaron en el suelo para jugar.

Hasta que alguien dijo:

- Son las once y media. Es casi la hora de la Misa del Gallo. Y también es hora de que los niños se vayan a la cama.

Entonces las personas comenzaron a salir.

Los padres de Pilarita también salían.

- Buenas noches mi vida. Feliz Navidad- dijeron ellos.

Y la puerta se cerró.

Después de un rato se fueron los niños.

La casa quedó muy silenciosa. Se habían ido todos a la Misa del Gallo, menos la vieja Gertrudis, que estaba en la cocina ordenando las ollas.

Y Pilarita fue a la cocina. Era un momento bueno para hablar con Gertrudis.

- Feliz Navidad, Gertrudis- dijo Pilarita.

- Feliz Navidad- dijo Gertrudis.

Pilarita se calló un momento. Despues preguntó:

- Gertrudis, aquello que dijiste antes de cenar, ¿es verdad?

- ¿Qué es lo que yo dije?

- Dijiste que Manuel no iba a tener regalos porque los pobres no tienen regalos.

-Pues claro que es verdad. Yo no digo fantasías: no tiene regalos, ni árbol de Navidad, ni pavo relleno, ni torrijas. Los pobres son los pobres.

- Pero entonces la Navidad de ellos ¿cómo fue?.

-Fue como los demas días.

-¿Y cómo es en los otrso días?

-Una sopa y un trozo de pan.

-Gertrudis,¿eso es verdad?

-Pues claro que es verdad. Pero ahora es mejor que te acuestes porque son casi las doce de la noche.

-Buenas noches.-dijo Pilarita. Y salió de la cocina..

Subió la escalera y fue a su cuarto. Sus regalos de Navidad estaban encima de la cama. Pilarita los miró uno a uno. Y pensaba:

-Una muñeca, una pelota, una caja de lápices y libros. Son los regalos que yo quería. Me dieron todo lo que yo quería. Pero a Manuel nadie le dio nada.

Y sentada al borde de la cama, al lado de los regalos, Pilarita se puso a imaginar el frio, la oscuridda y la pobreza. Se puso se pudo imaginar aquella navidad en esa casa que no era una casa sino un corral de animales.

-"Que frio debe hacer alli"- pensó.

-"Que oscuro debe estar alli"- pensó.

-"Que triste debe estar!"- pensó.

Y comenzó a imaginar el corral helado y sin luz donde Manuel dormía encima de las pajas, calentado sólo por el aliento de una vaca y un burro.

-Mañana le voy a dar mis regalos- dijo Pilarita.

Despues suspiró y pensó:

"Mañana ya no es lo mismo. Hoy es la Noche de Navidad".

Fue a la ventana, abrió las contras y a tarves de los cristales vio la calle. Nadie pasaba. Manuel estaría durmiendo. Sólo vendría a la mañana sigiente. A lo lejos se veía una gran sombra oscura: era el pinar.

Entonces oyó, venidas de la torre de la Iglesia, fuertes y claras, las doce campanadas de media noche.

"Hoy", pensó Pilarita, "tengo que ir hoy. Tengo que ir ahora, esta noche. Para que el tenga regalos en la noche de Navidad".

Fue al armario, cogió un abrigo y se lo puso.

CONTINUARÁ...

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